domingo, 23 de marzo de 2014

Adiós, Presidente

En una época donde se dice que faltan políticos con el carisma, liderazgo y conocimiento ideológico de aquellos que lideraban el mundo en los años 70 y 80 del siglo pasado (Mitterrand, Thatcher, Helmut Kohl, Felipe González, Isaac Rabín, Lech Walesa…), nos deja Adolfo Suarez, un protagonista activo de la denominada transición española y desde hoy, día de su muerte, en un símbolo de nuestra historia más reciente. En estos días van a ser muchas las páginas, crónicas, biografías y semblanzas que se escriban sobre él. Evidentemente, no soy yo el que pretenda sentar cátedra con estas palabras, pero quiero sumarme al pesar de muchos españoles y transmitir con ellas mi visión de un personaje y político relevante en nuestra historia. Muchos pensarán que por mi edad yo poco puedo conocer de él. Y es cierto, no tuve la fortuna de vivir en primera persona los comienzos de nuestra democracia. Mi vida comenzaba a latir a la par que España empezaba a construir un nuevo futuro. Nací el mismo año que nuestra Constitución y por este motivo, porque mi vida ha ido creciendo y desarrollándose de la mano de nuestra democracia, y porque he podido vivir de forma plena y disfrutar de la mayor época de paz ininterrumpida que España ha vivido en muchos siglos, quiero escribir estas palabras. Suárez tuvo el honor de ser el primer Presidente democrático tras la Dictadura de Franco, pero también me atrevería a decir que el único que tuvo la suerte de ejercer como político, tal y como se concibe el origen etimológico de la palabra. De hecho su mayor período de plenitud coincidiría con esa época en la que pudo ejercer de político, su intento por ejercer de Presidente en elecciones sucesivas acabaron por enterrar su vida política. Quizá en estos días muchos ensalcen a Suárez por su heroico papel en el fracasado golpe de estado del 23F, o por sus claros desafíos al Caudillo vaticinándole la llegada de la democracia a nuestro país… Sin embargo eso son simples anécdotas, adornos literarios, epopeyas indisolubles al mito. Y otros muchos, por el contrario, renegarán de su papel en la Transición española, lo tildarán de marioneta en manos de su mentor Torcuato Fernández – Miranda e incluso criticarán su pasividad a la hora de hacer justicia con las víctimas del régimen franquista. Fuese como fuese, fue el elegido para construir las bases de la democracia que hoy conocemos, si lo hizo mejor o peor, o si este o aquel lo hubiesen hecho de mejor o peor manera es algo difícil de saber, sobre todo porque la Transición fue la que fue y no tenemos forma objetiva de compararla. Pero lo que personalmente sí creo que habría que destacar de Adolfo Suárez es, como he dicho antes, su papel político. Hoy tenemos una imagen muy distorsionada de lo que significa ser político. Y sí, como dije al principio, mucha culpa de eso es la falta de políticos con carisma y capacidad de liderazgo, pero sobre todo de ver tantos políticos dirigiendo y gestionando Ayuntamientos, Mancomunidades, Diputaciones… sin ninguna cultura democrática ni política más que la de servirse a sí mismo aferrándose a un poder que les da de comer todos los días. Si Suárez demostró tener algo claro desde el principio fue que si quería que la democracia fuese un proyecto de futuro en España debía ser una democracia plena. Las reformas estructurales necesarias para poner en marcha la democracia en España tuvieron un ritmo vertiginoso (seguro que muchos españoles discrepan de mi afirmación, pero creo que teniendo en cuenta la situación socio-política de España en esos años y la persistente presión social que se respiraba entonces, la velocidad de los cambios se relativiza demasiado), la desmilitarización del poder político fue contundente (e inteligentemente controlada por Suárez introduciendo al Capitán General Gutiérrez Mellado como Vicepresidente de su Gobierno y Ministro de Defensa) y sobre todo centró su empeño en garantizar la representatividad de todos los españoles y españolas así como sus correspondientes ideologías. Este último aspecto es quizá otra de las grandes virtudes a destacar del Político Suárez. Por un lado era consciente de que si quería que España creyese en su proyecto democrático, todos debían sentirse parte del mismo. Sabía que unas elecciones donde una mayoría de españoles no pudieran sentirse identificados y no tuviesen una opción política en la que confiar su voto era dar a luz a una democracia muerta, con fecha de caducidad. Fruto de esta actitud política de Suárez se produce la legalización del Partido Comunista de España (PCE) liderado por Santiago Carrillo en el sábado santo de 1977; acontecimiento que también demostró su capacidad de negociación y carisma político consiguiendo que el PCE realizase una declaración de unidad, aceptase la Monarquía y la bandera española. Pero no sólo fue la legalización del PCE, Suárez entendía que su responsabilidad política conllevaba la obligación de abrir los derechos a todos los ciudadanos independientemente de su ideología. Así, en 1981, legalizó el divorcio. Y pese a ser ideológicamente contrario al mismo, Suárez entendía que debía ofrecerle el derecho a acogerse a él a aquellas personas que quisiesen hacerlo, algo que no interfería en el derecho de no divorciarse de quien ideológicamente se sintiera contrario al mismo. Un talante que por desgracia echamos mucho de menos hoy en leyes tan vitales como la del aborto que elimina de un plumazo esa cobertura de un derecho para quienes quieran hacer uso de él. Esta virtud de Suárez fue la que a la larga acabó precipitando su caída política. La Unión de Centro Democrático (UCD) fue un partido que se creó en torno a un Presidente, un partido creado desde el “gobierno” (a diferencia del Centro Democrático y Social – CDS – que fue un partido creado para “gobernar”) y situado ideológicamente en el Centro. Para muchos seguro que el centro es una opción lógica, una opción sin riesgos porque se aleja de los extremismos, porque es moderado… sin embargo la realidad es otra. El Centro se convirtió en una opción entre dos aguas, un espacio donde se aglutinaron partidarios de la izquierda y la derecha que no encontraban un lugar donde ubicarse (ni PCE, ni PSOE, ni Falange, ni AP…), pero como se dice en mi pueblo, cada uno de una madre y una leche diferente. Eso produjo discrepancias, enfrentamientos y que cada cual tirase en su dirección, provocando que el Centro dejase de ser una opción segura y acabase reventando llevándose por delante al propio Suárez (como cuando tiramos fuerte desde los extremos de una cuerda –izquierda y derecha – que la cuerda acaba rompiéndose por el lugar más débil, el centro). Con estas palabras no pretendo decir si fue mejor o peor Presidente que sus sucesores, ni tan siquiera caer en el atrevimiento de mitificarlo o glorificarlo. Lo único que pretendo es poner en valor una actitud política, reivindicar una forma de entender y hacer política. Si otra virtud puede atribuírsele a Suárez es que ha sido el único Presidente de España con la capacidad de tomar la difícil decisión de dimitir asumiendo la responsabilidad de que debe hacer lo mejor para su país. Para mí Adolfo Suárez fue un político con carisma y liderazgo; pero sobre todo Suárez fue un firme defensor de valores tan importantes y fundamentales hoy día como el diálogo y el consenso. Por eso hoy, 23 de marzo y día de su muerte, sólo puedo decirle como ciudadano y como político… Adiós, Presidente.
Leer más...