martes, 27 de mayo de 2014

Reflexión post-elecciones

Las elecciones no son un procedimiento más de un sistema democrático en el que el pueblo decide quienes van a ser sus representantes políticos. El acto de elegir por sufragio a quién va a gobernarnos trae consigo otra serie de reacciones paralelas como demuestra la lluvia informativa que desde hace dos días inunda todos los medios de comunicación nacionales e internacionales. Así, desde las primeras portadas con la información sobre los resultados obtenidos en el proceso electoral, le siguen una cascada de informaciones sobre el análisis de esos mismos datos, qué ha ocurrido en cada lugar, extrapolaciones de los resultados a otros procedimientos electorales de diferentes ámbitos… y como no las consecuencias directas que de estos resultados se han derivado (congratulaciones, críticas, dimisiones…). 
Esta maraña informativa deja algunos aspectos importantes que creo no deberíamos dejar pasar por alto. Es evidente que los resultados obtenidos por PSOE y PP, las hasta ahora grandes fuerzas políticas de nuestro país, han sido, me atrevería a decir, desastrosos. Consecuencia clara del mayor apoyo recibido por los denominados partidos minoritarios. Personalmente creo que la pluralidad ideológica dentro de cualquier marco institucional (ayuntamientos, diputaciones, parlamentos autonómicos, congreso…) es una muestra de la salud de dicho sistema democrático.
Sin embargo, si nos paramos a analizar detenidamente las motivaciones que han llevado a los ciudadanos a apoyar a estos partidos, es entonces cuando personalmente encuentro cosas que no son lo que parecen.
Como ciudadano, no ya como político, entiendo que el apoyo a una determinada fuerza política que concurre a unas elecciones debe determinarse en función de la afinidad con sus ideales y de la conformidad e identificación con el proyecto que defiende en su programa electoral. 
Sin embargo, durante esta campaña electoral, pocas propuestas he visto, en este sentido, aportadas por estos partidos minoritarios. Se han dedicado en ese tiempo que tienen para explicar su programa a los ciudadanos a establecer una diferencia entre PP y PSOE (como si fuésemos lo mismo) y ellos, se han dedicado a separar muy bien lo que son políticos (evidentemente de PSOE y PP) y ellos, a diferenciar entre corruptos (obviamente también PSOE y PP, tratándonos a todos por igual) y ellos… En estos días he escuchado a alguno de los representantes de estos jóvenes partidos hablar de forma despectiva de los políticos (entiéndase por político sólo a aquellos que actuamos bajo las siglas de PSOE y PP) como si ellos no lo fuesen, como si tuviesen el monopolio y la representatividad exclusiva de los ciudadanos y ciudadanas indignados. Pues creo que a ese juego hemos jugado todos. De una manera u otra, todos (o al menos la mayoría) los que un día decidimos dedicarnos a la política lo hicimos porque en cierta forma estábamos indignados con lo que existía a nuestro alrededor; pero en vez de tomar una actitud pasiva, decidimos actuar y dar el paso de intentar ayudar a mejorar la sociedad en la que vivimos desde dentro. Y sí, todos al principio nos creemos únicos, independientes y vemos a los políticos como una estirpe propia, como un clan definido y con unas determinadas connotaciones, en la mayoría de los casos, despectivas. Renegamos de considerarnos políticos, amparándonos en el pensamiento de que al fin y al cabo yo no tengo nada que ver con esos tipos que visten de traje, llevan corbatas y van de un lado a otro con sus maletines y su coche oficial, yo soy un ciudadano más… nos decimos todos alguna vez. 
No nos damos cuenta de que una vez que has entrado en el sistema, que has decidido aceptar las reglas del juego y trabajar por tu sociedad desde cualquiera de los ámbitos que la política te ofrece eres igual de político que el presidente del gobierno, un diputado de Navarra o el concejal de cultura del Ayuntamiento más recóndito de la geografía española. 
Pero es más fácil tomar el pulso de la calle, hacerte eco de lo que la gente comenta y utilizar el altavoz de unas elecciones para hacerlo llegar a todas partes y conseguir el voto diciéndole a la ciudadanía lo que quiere oir. Es más fácil erigirte en representante del descontento y de la indignación colectiva que defender un proyecto. Es más fácil conquistar al electorado hastiado con quienes hasta ahora han tenido mayor responsabilidades de gobierno (PSOE y PP) y a quienes culpan y responsabilizan de la crisis y de la situación actual de muchas familias, que plantear una alternativa real, seria y con garantías reales de poder ser llevada a cabo. Por eso como ciudadano, y sobre todo como político, me produce inquietud comprobar como el populismo va ganando terreno a la actitud crítica, como el poder mediático pesa más que los ideales y como fomentar la animadversión hacia otros partidos frente al contenido político de un programa electoral tienen mayor protagonismo cada día en los aspectos a tener en cuenta a la hora de decidir un voto. 
Por eso me ha resultado curioso ver como los medios de comunicación nacionales llenaban sus portadas haciéndose eco de titulares vacíos, de cómo daban cobertura a planteamientos sin fundamentos y los presentaban a sus lectores, oyentes o espectadores como una alternativa seria a lo que han venido a definir como bipartidismo. Convirtiendo prácticamente en doctrina y base ideológica de un gran proyecto de futuro máximas como la de que el principal objetivo de una determinada fuerza política de nueva creación es “echar del poder a PP y PSOE”. 
Estos nuevos partidos quieren estigmatizar a PSOE y PP, vender la imagen de que son los de siempre, que ya son una opción vieja, anticuada y con el peso de una mochila demasiado cargada y llena de corrupción, favores personales, enchufismo. Aprovechan la situación actual de crisis, el descontento generalizado, y la desesperación de muchos ciudadanos para ganar electorado mostrando la imagen de que ellos son ahora la sabia nueva, la alternativa de cambio, el futuro… y que viajan sin cargas en la mochila, inmaculados e impolutos en su hoja de méritos. 
Personalmente creo que es el momento de que en este nuevo período que se acaba de abrir en el PSOE, el partido debe dar un paso al frente. Porque aquello que los partidos minoritarios venden como un estigma, como un punto débil, como una razón por la que dejar de confiar en nosotros es precisamente nuestro punto fuerte. 
El PSOE no es un partido viejo, es un partido con más de 130 años de experiencia trabajando por los ciudadanos y ciudadanas. El PSOE actual es el mismo que en 1982 consiguió crear un ambiente de esperanza en España aglutinando a una gran mayoría en torno a su proyecto político para España. El PSOE actual es el mismo que en las década de los 80 y los 90 cambió la sociedad española afianzando no sólo la democracia sino aumentando y garantizando los derechos de todos los españoles. El PSOE actual es el mismo que diseñó y puso en marcha el Sistema de Sanidad público actual y estableció la Sanidad y la Educación como un derecho universal y gratuito. Esa misma educación y sanidad que ahora esos nuevos partidos quieren recuperar de la privatización. 
Quizá necesitemos acercarnos más a la ciudadanía, recuperar el contacto con la calle, la empatía con aquellos que simpatizan y se identifican con nuestros ideales… , pero también hemos demostrado que existe otra forma de hacer política. El PSOE de Andalucía ha demostrado que hay otra forma más humana, más justa y más solidaria de enfrentarse a la crisis, que las instituciones pueden estar al lado de los que más lo necesitan gracias a planes y programas de ayuda a familias en riesgo de exclusión social, a familias desahuciadas, a desempleados… 
Por todo eso es el momento de avanzar, de crecer alimentándonos de lo que somos, pero sobre todo de lo que hemos conseguido en todos estos años donde hemos tenido la responsabilidad de gobernar, sin olvidar la crítica por lo que hemos hecho mal, de lo que inevitablemente debemos aprender para que no vuelva a ocurrir en el futuro.
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domingo, 23 de marzo de 2014

Adiós, Presidente

En una época donde se dice que faltan políticos con el carisma, liderazgo y conocimiento ideológico de aquellos que lideraban el mundo en los años 70 y 80 del siglo pasado (Mitterrand, Thatcher, Helmut Kohl, Felipe González, Isaac Rabín, Lech Walesa…), nos deja Adolfo Suarez, un protagonista activo de la denominada transición española y desde hoy, día de su muerte, en un símbolo de nuestra historia más reciente. En estos días van a ser muchas las páginas, crónicas, biografías y semblanzas que se escriban sobre él. Evidentemente, no soy yo el que pretenda sentar cátedra con estas palabras, pero quiero sumarme al pesar de muchos españoles y transmitir con ellas mi visión de un personaje y político relevante en nuestra historia. Muchos pensarán que por mi edad yo poco puedo conocer de él. Y es cierto, no tuve la fortuna de vivir en primera persona los comienzos de nuestra democracia. Mi vida comenzaba a latir a la par que España empezaba a construir un nuevo futuro. Nací el mismo año que nuestra Constitución y por este motivo, porque mi vida ha ido creciendo y desarrollándose de la mano de nuestra democracia, y porque he podido vivir de forma plena y disfrutar de la mayor época de paz ininterrumpida que España ha vivido en muchos siglos, quiero escribir estas palabras. Suárez tuvo el honor de ser el primer Presidente democrático tras la Dictadura de Franco, pero también me atrevería a decir que el único que tuvo la suerte de ejercer como político, tal y como se concibe el origen etimológico de la palabra. De hecho su mayor período de plenitud coincidiría con esa época en la que pudo ejercer de político, su intento por ejercer de Presidente en elecciones sucesivas acabaron por enterrar su vida política. Quizá en estos días muchos ensalcen a Suárez por su heroico papel en el fracasado golpe de estado del 23F, o por sus claros desafíos al Caudillo vaticinándole la llegada de la democracia a nuestro país… Sin embargo eso son simples anécdotas, adornos literarios, epopeyas indisolubles al mito. Y otros muchos, por el contrario, renegarán de su papel en la Transición española, lo tildarán de marioneta en manos de su mentor Torcuato Fernández – Miranda e incluso criticarán su pasividad a la hora de hacer justicia con las víctimas del régimen franquista. Fuese como fuese, fue el elegido para construir las bases de la democracia que hoy conocemos, si lo hizo mejor o peor, o si este o aquel lo hubiesen hecho de mejor o peor manera es algo difícil de saber, sobre todo porque la Transición fue la que fue y no tenemos forma objetiva de compararla. Pero lo que personalmente sí creo que habría que destacar de Adolfo Suárez es, como he dicho antes, su papel político. Hoy tenemos una imagen muy distorsionada de lo que significa ser político. Y sí, como dije al principio, mucha culpa de eso es la falta de políticos con carisma y capacidad de liderazgo, pero sobre todo de ver tantos políticos dirigiendo y gestionando Ayuntamientos, Mancomunidades, Diputaciones… sin ninguna cultura democrática ni política más que la de servirse a sí mismo aferrándose a un poder que les da de comer todos los días. Si Suárez demostró tener algo claro desde el principio fue que si quería que la democracia fuese un proyecto de futuro en España debía ser una democracia plena. Las reformas estructurales necesarias para poner en marcha la democracia en España tuvieron un ritmo vertiginoso (seguro que muchos españoles discrepan de mi afirmación, pero creo que teniendo en cuenta la situación socio-política de España en esos años y la persistente presión social que se respiraba entonces, la velocidad de los cambios se relativiza demasiado), la desmilitarización del poder político fue contundente (e inteligentemente controlada por Suárez introduciendo al Capitán General Gutiérrez Mellado como Vicepresidente de su Gobierno y Ministro de Defensa) y sobre todo centró su empeño en garantizar la representatividad de todos los españoles y españolas así como sus correspondientes ideologías. Este último aspecto es quizá otra de las grandes virtudes a destacar del Político Suárez. Por un lado era consciente de que si quería que España creyese en su proyecto democrático, todos debían sentirse parte del mismo. Sabía que unas elecciones donde una mayoría de españoles no pudieran sentirse identificados y no tuviesen una opción política en la que confiar su voto era dar a luz a una democracia muerta, con fecha de caducidad. Fruto de esta actitud política de Suárez se produce la legalización del Partido Comunista de España (PCE) liderado por Santiago Carrillo en el sábado santo de 1977; acontecimiento que también demostró su capacidad de negociación y carisma político consiguiendo que el PCE realizase una declaración de unidad, aceptase la Monarquía y la bandera española. Pero no sólo fue la legalización del PCE, Suárez entendía que su responsabilidad política conllevaba la obligación de abrir los derechos a todos los ciudadanos independientemente de su ideología. Así, en 1981, legalizó el divorcio. Y pese a ser ideológicamente contrario al mismo, Suárez entendía que debía ofrecerle el derecho a acogerse a él a aquellas personas que quisiesen hacerlo, algo que no interfería en el derecho de no divorciarse de quien ideológicamente se sintiera contrario al mismo. Un talante que por desgracia echamos mucho de menos hoy en leyes tan vitales como la del aborto que elimina de un plumazo esa cobertura de un derecho para quienes quieran hacer uso de él. Esta virtud de Suárez fue la que a la larga acabó precipitando su caída política. La Unión de Centro Democrático (UCD) fue un partido que se creó en torno a un Presidente, un partido creado desde el “gobierno” (a diferencia del Centro Democrático y Social – CDS – que fue un partido creado para “gobernar”) y situado ideológicamente en el Centro. Para muchos seguro que el centro es una opción lógica, una opción sin riesgos porque se aleja de los extremismos, porque es moderado… sin embargo la realidad es otra. El Centro se convirtió en una opción entre dos aguas, un espacio donde se aglutinaron partidarios de la izquierda y la derecha que no encontraban un lugar donde ubicarse (ni PCE, ni PSOE, ni Falange, ni AP…), pero como se dice en mi pueblo, cada uno de una madre y una leche diferente. Eso produjo discrepancias, enfrentamientos y que cada cual tirase en su dirección, provocando que el Centro dejase de ser una opción segura y acabase reventando llevándose por delante al propio Suárez (como cuando tiramos fuerte desde los extremos de una cuerda –izquierda y derecha – que la cuerda acaba rompiéndose por el lugar más débil, el centro). Con estas palabras no pretendo decir si fue mejor o peor Presidente que sus sucesores, ni tan siquiera caer en el atrevimiento de mitificarlo o glorificarlo. Lo único que pretendo es poner en valor una actitud política, reivindicar una forma de entender y hacer política. Si otra virtud puede atribuírsele a Suárez es que ha sido el único Presidente de España con la capacidad de tomar la difícil decisión de dimitir asumiendo la responsabilidad de que debe hacer lo mejor para su país. Para mí Adolfo Suárez fue un político con carisma y liderazgo; pero sobre todo Suárez fue un firme defensor de valores tan importantes y fundamentales hoy día como el diálogo y el consenso. Por eso hoy, 23 de marzo y día de su muerte, sólo puedo decirle como ciudadano y como político… Adiós, Presidente.
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